Desde el más amplio sentido comunicacional, publicitario y de marketing la construcción de una marca es un proceso con decisiones que tienen una alta responsabilidad, pues tienen un impacto directo en la sintonía de los ciudadanos, la confianza que se genere y el capital político que se tiene entre manos para la toma de las decisiones más trascendentales que realmente le permiten al líder quedar inscrito en la memoria y en la historia de un territorio.
La marca de la institución, del gobierno o del líder que encabeza ese momento histórico son aspectos que se deben diferenciar, construir con especialistas y corroborar en el tiempo con un estilo de administrar, ejecutar, legislar, convocar, liderar y muchos otros verbos que son reflejo de una acción de gobierno y deben ir de la mano con esas herramientas de experiencia que se han establecido desde la batería de imagen y comunicación, en la cual se palpa de manera concreta la marca. He conocido casos de gobiernos demasiado exitosos que al carecer de una marca no quedan registrados en la memoria y-o el corazón de los ciudadanos que gobiernan, pasando desapercibidos y desaprovechando las bondades que tiene el desarrollo de una marca como potenciador de una huella, pero además como un canal de contacto emocional para agregarle mucho valor y generar grandes diferenciales para un proyecto político con impacto gubernamental. El Marketing Político no es solo un asunto cosmético o de apariencia, pues representa en las sociedades modernas, un área del conocimiento con herramientas que respaldan la transparencia, conectan con el elector, permiten hacer pedagogía y facilitan la traducción de la compleja tarea que es administrar un territorio de cara a los ciudadanos con menor o mayor capacidad de comprender lo que hace un gobierno o un gobernante. Miguel Jaramillo Luján, Consultor en Comunicación y Marketing de Gobierno
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