La imagen de un pequeño sirio muerto sobre la arena de la costa donde se hace realidad el sueño europeo, nos conmueve esta semana y tuvo que captar un lente, tan dramático momento, para que los ojos del mundo se posaran sobre el doloroso rumbo que significa la migración ilegal, esa misma que es fenómeno permanente en la historia de la humanidad, pero que siempre ha sido generadora de tensiones entre brazos que acogen y brazos que rechazan, entre muros que se elevan y puertas que se abren.
Aunque Francia donó a Estados Unidos el armatoste de placas de bronce que algunos llamaron estatua de la Libertad, para los migrantes de una Europa devastada por las guerras, que llegaban a la isla Ellis, se convirtió en imagen de esperanza y explicación de otras libertades más naturales como la de tener el derecho de vivir en paz, de al menos contar con el derecho a la vida y a un futuro promisorio. Así, miles de migrantes de piel, cultura y origen diferente llegaron a norteamerica, pasando por tortuosas batallas para reivindicar su dignidad y sus derechos. Hoy, a casi 1 año del 2016 en Estados Unidos, pareciera que el demonio de la xenofobia, padre de todas las discriminaciones más aberrantes que hay sobre la faz de la tierra, nuevamente se vuelve discurso en el país del norte y sigue infectando almas y corazones en una Europa sin memoria. Duele la imagen del pequeño migrante tirado en la arena, pero duele más que muchos se queden mirando solo la historia dramática, sin comprender la verdadera raíz del problema y el peligroso riesgo que corremos al repetir lecciones que algunos no han leído y nuevamente estemos enfrentados entre nosotros por las genuinas diferencias que nos hacen tan humanos.
Miguel Jaramillo Luján Consultor P
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