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En tiempos de post-verdad ¿es viable ganar como Antihéroe?

Actualizado: hace 1 día

En un encuentro de consultores políticos expuse sobre el fenómeno que he llamado como del Chapulín Colorado, un antihéroe latinoamericano que ridiculizaba la condición del súper hombre y quien a pesar de su torpeza, facilismo y poca inteligencia, siempre salía airoso en diversos retos y finalmente se robaba el alma y el afecto de las audiencias por su nobleza. El fenómeno aplicado a la política latinoamericana tiene varios exponentes que han logrado triunfos electorales con base en populismo y estrategia en storytelling.

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¿Acaso no pasa lo mismo en la mayoría de los reality shows? En 2001 más de 130 millones de televisores en América Latina vieron el final del reality Operación Triunfo, donde una cantante débil de carácter, de contextura gruesa y buena voz llamada Rosa, le arrebató el primer lugar a quien luego se convertiría en una súper estrella del pop latino como David Bisbal. Solo es un ejemplo de la forma cómo las emociones exageradas desde lo mediático, hacen perder el criterio y logran que el cerebro de las audiencias, tome decisiones, más guiado por los efectos emocionales que por categorías racionales. Lo vimos con el triunfo de Trump en Estados Unidos por ejemplo.


Obviamente estamos hablando de un asunto mucho más serio y trascendental como la elección de un ciudadano que asumirá el manejo de la institucionalidad pública y desde allí gerenciará unos recursos para estimular el desarrollo colectivo de un territorio. Pero no se puede perder de vista que estamos ante un debate que en altos porcentajes es consumido desde los grandes medios y las redes sociales con sus pros y sus contras.


Es evidente el desinterés de los ciudadanos por las elecciones en América Latina,  Pew Reserch dice que en promedio un 65% de los ciudadanos de AL no les interesa para nada estos procesos, y esto hace que estas decisiones, trascendentales para cualquier sociedad, queden en poder de unos pocos, algunos estimulados desde la maquinaria y otros movilizados desde la opinión, ambos sometidos a  emociones extremas como el miedo, el odio o la esperanza; empleadas desde el discurso individual, colectivo o la generación de rumores en la recta final de estos procesos, con una agresividad que suele incrementarse cuando hay diferencias cortas y los aspirantes a un cargo parecen llegar al último round, repletos de heridas, ya abrazados y evitando caer al tinglado.


Es claro que relatar historias hace memorable la imagen de un producto o servicio y que esta es una herramienta válida desde el mercadeo político; pero también se convierte en un artilugio, cuando a ese candidato o a esa campaña la caracterizan las mentiras o no la soporta un verdadero proyecto político que pueda hacerse tangible en la realidad de la vida cotidiana de esas personas, quienes envueltas por el embrujo de un relato emocional, marcaron su rostro en un tarjetón sin tomar conciencia de que se trataba de un antihéroe construido para consumo preelectoral, que posiblemente le hará sentir más miedo, prolongará sus odios y poco a poco agotará su esperanza.    


Miguel Jaramillo Luján                                                                                                                                                           Consultor P

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