Nunca he sido amigo de que un gobernante maneje de manera directa sus redes sociales o que las convierta en canal de tiempo real para hacer anuncios inéditos; quizá porque comprendo que primero se gobierna y luego se comunica y no al revés; aunque en medio de esta “covidianidad” hay una negativa y constante tentación de algunos gobiernos por ganar titulares a punta de mensajes en redes sin fondo ni norte.
Mientras usted me lee hay más de 540 millones de usuarios en el planeta en línea prestos a reaccionar frente a las posturas de quienes lideran la opinión, bajo el déficit que evidencia la opinión pública frente a la política y la caótica forma de interpretar que tiene la gran mayoría de ciber usuarios desde sus amores y odios.
Eso hace que la conversación digital entre gobernantes y gobernados sea un terreno de inevitable impacto reactivo que favorece la visibilidad de los mensajes. No importan si son buenas o malas las reacciones, importa el algoritmo, la visibilidad y en últimas el escándalo.
Seis horas y 43 minutos pasa al día un ser humano promedio en su celular conectado a Internet, de ese tiempo el 71% -según Hotsuite 2020- permanecemos en redes sociales y es desde el celular mientras alternamos otras actividades, cuando generamos cientos de mensajes. ¿Acaso la mayoría sabe controlar sus reacciones y su salud emocional en medio del consumo de sus redes sociales?
Un estudio de la Universidad tecnológica de Queens en Australia realizado a usuarios de 18 a 84 años, demuestra que el uso excesivo de redes sociales en el móvil genera efectos como: ansiedad, pérdida de autoestima, improductividad, pérdida del sueño, agresividad, entre otros.
¿Es posible que un gobernante con permanente tensión, sensibilidades y presión en negociación y toma de decisiones simultáneas; pueda hacerlo y además consumir y reaccionar en tiempo real en sus redes sociales de manera responsable?
En 2017 Mario Riorda y un grupo de investigadores en un texto llamado El Gobernauta Latinoamericano, lo denominaron como el efecto mediático efectista, una clásica tentación por usar los social media como canales para satisfacer figuración y no como herramientas de interacción, participación o trasparencia; como lo explica este estudio.
Es fácil identificar estas prácticas pues les encantan soltar sus bombazos en twitter o Instagram los fines de semana o en horarios previos a los telenoticieros, con el ánimo de ser el siguiente titular, pero con un cálculo nulo o a veces un gran desconocimiento frente a la información que debe reservarse y aquella que se debe comunicar en un gobierno.
La velocidad de los hechos en medio de la pandemia por el Covid-19, sumado a la necesidad de información en tiempo real de miles de ciudadanos a la espera de la decisión diaria de encierro, vacuna o no; nos han sometido a una especie de ensayo-error de gobiernos que combinan su especulación electorera con la responsabilidad real de gobernar-comunicar muy bien un territorio.
Sólo por bienestar, por brindar información confiable, por responsabilidad con los graves problemas de salud mental colectiva latentes y reales que padecemos, los funcionarios públicos deberían ceder a la tentación egocentrista de comunicar en redes y primero discernir muy bien el efecto de sus mensajes aunque se pierdan los likes y el titular de último minuto.
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