El segundo debate entre los aspirantes a llegar a la Casa Blanca, Hillary Clinton y Donald Trump refleja un poco el lodazal verbal y de guerra sucia en el que se ha convertido buena parte de las rectas finales electorales en América Latina y la necesidad urgente de no perder el rumbo de la agenda pública en desmedro del seguimiento y veeduría de los ciudadanos a las agendas y planes de gobierno, mientras están entretenidos en el escándalo personal o profesional.
Uno de los propósitos de los procesos electorales es que los ciudadanos puedan hacer un accountability electoral de forma que puedan tener suficiente información sobre los programas de gobierno, propuestas y las políticas públicas que se verían fortalecidas desde el potencial trabajo de ese candidato. Sin embargo en medio de las descalificaciones, insultos y los gritos sobre temas triviales que son más motivantes del morbo que de cualquier aspecto edificante, se pasa el tiempo de las campañas e incluso se lastima el interés y la confianza del elector, alejándolo de estos escenarios a favor de la politiquería, que se ve favorecida en su afán de ocultar la oscuridad y la corrupción en la medida que poco se ausculta, poco se busca y el ciudadano se mantiene disperso o ajeno al debate político por la naturaleza de manicomio que refleja.
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