Con la habilidad del cirujano, el presidente electo Gustavo Petro da pasos cautelosos en sus primeros días como “escoba nueva que barre mejor” en una reacción previsible luego del coco que algunos vaticinaban por su elección; sin embargo, hacer realidad sus propuestas será una labor titánica, mientras tenga a medio país con los pelos de punta y logra demorar las inexorables fisuras de una izquierda impaciente que solo estuvo dispuesta a comer sapos antes de la victoria.
A 17 días de haber sido elegido y a 33 de jurar con la banda tricolor en su pecho; Petro se ha mostrado mesurado y prudente en sus actos, anuncios y palabras. Lo de Roy fue el primer ruido en sus toldas, superado al pasar de un 34 a un 70% del Congreso entre gobiernistas e independientes: camino allanado al nuevo presidente en el legislativo, con una oposición reducida y un rival de segunda vuelta que pasó de ser el dragón Rodolfo de mil cabezas al simpático gatico de Shrek.
Finalmente, el poder se asemeja a una fiesta donde hay un anfitrión que reparte la torta y el licor, pero en el caso de Colombia el marco fiscal de mediano plazo es claro en decir que no hay “cama pa tanta gente” y finalmente el tiempo y el inevitable desgaste de quien gobierna, irá poniendo a cada uno en su lugar.
La izquierda y el progresismo colombiano no están acostumbrados a ser gobierno, no saben esperar, no tiene paciencia y menos diplomacia y así lo demuestran las fracturas protuberantes de los últimos años en los sectores alrededor de los tres alcaldes de las principales ciudades y ni que decir de los reclamos que hace desde ya Fecode por no estar en el empalme, sin citar otros reclamos por las fotografías conciliadoras que han generado escozor en ciertos personajes zurdos.
Francia Márquez asumirá un ministerio al que en el mejor de los casos le pondrían presupuesto pasados 12 meses, desde el orden de salida a la inscripción hasta en el discurso del triunfo, se sintieron roces entre ella y el Presidente; la Vicepresidenta ha demostrado que es de armas y palabras tomar, y también proclive a las salidas en falso, pero sabe que tiene un personaje y una narrativa que cautiva y tiene un margen de acción política hacia el 2026, pese a no poner muchos votos, aunque si defenderá con uñas y dientes este triunfo político y que se hagan las cosas como se prometieron.
Los pilares políticos del presidente electo son burócratas (en el sentido Weberiano estricto) de casta, de trayectoria en varios gobiernos; de piel reptiliana, quienes ahora se venden como un gobierno de izquierda progresista; pero al cual habrá que hacerle un seguimiento al milímetro para poder comprender sus propósitos de fondo en el mediano plazo.
Por lo pronto se sabe que una de las prioridades que tiene Petro es radicar el mismo 7 de agosto el proyecto de Reforma Tributaria que, según su ministro de hacienda José Ocampo, le apunta a reducir el déficit fiscal sin golpear a la clase media ni a las clases menos favorecidas. También se reveló que Petro quiere acabar con la Procuraduría y aunque la Comisión de la Verdad, muy lejos del fuero y el límite de sus funciones, también recomendó desligar la Fiscalía del ejecutivo, todo parece indicar que el nuevo presidente la acercará mucho más a roles como el del Ministerio de Justicia, luego de que esta cartera perdiera dientes a partir de las reformas de años recientes al sistema judicial.
Aún tocan los músicos, hay licor en la fiesta, resaca de triunfo e incluso tuza de derrota; nadie ha recogido las serpentinas y muchos siguen confundiendo empalme con gobierno y apertura de puentes con un gobierno plural y para todos. No señores, el 7 de agosto empieza a gobernar la izquierda en Colombia y si bien toda escoba pareciera barrer bien y hay que ser optimistas, debemos convocar todas las fuerza civiles del país que poco o nada creen en los partidos ni se ven representados en estos, a vigilar con atención al nuevo ejecutivo colombiano y la forma cómo buscará cumplir con un Plan de Desarrollo que objetivamente es irrealizable si se pretende mantener en equilibrio la economía del país y no estimular la fuga de las fuentes de generación de riqueza, empleo y productividad.
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